La Época de Oro del macho mexicano: la herencia del cine en México
El Pedro Infante de la Época de Oro quedó impregnado en la memoria de los mexicanos como símbolo del hombre ideal, del macho ideal.
Qué bonito el cine de la Época de Oro; tan pintoresco y reconocido; tan memorable y trascendente. Qué afamada y querida su esencia, su humor y tragedia. Tan mexicano y arraigado. Tan orgulloso. Tan macho.
Dos décadas de México enarbolando su idiosincrasia a nivel mundial, proyectando sus valores, tradiciones y realidad, siendo un merecido reflejo de su sociedad.
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La calidad del cine de la Época de Oro es innegable: actores de primer nivel, directores icónicos y producciones dignísimas cuyo éxito se percibía ampliamente en la taquilla.
El séptimo arte tenía casa en México y se desenvolvía con naturalidad y cadencia, expresándose a sí mismo y a la cultura mexicana. Un Pedro Infante regio, galante y formidable quedó impregnado en la memoria de los mexicanos como símbolo del hombre ideal, del macho ideal.
“Las niñas deben estar en casa o con sus amiguitas”, se le escucha a dicho semental, vestido de cura, en Los Tres Huastecos al observar a una niña jugando con otros niños. Sin broma ni ironía, con toda buena moral.
“Las Gutierrez (…) nomás a dos, las otras dos son paquete de Jorge”, dice el ídolo de México, ahora vestido de bota y sombrero, en respuesta al reproche de su amada por enamorar a más mujeres.
La Época de Oro del cine mexicano, con toda su dignidad, plasmó parte de la cultura mexicana posrevolucionaria a través de lentes de lujo y escenografías hechas a mano. Una cultura a lo macho, con todos sus matices sexistas y de roles genéricos.
La mujer, solaz del hombre, sin permiso a salirse de su muy determinado papel y concebida como objeto, como paquete y como mucho menos.
Pedro Armendariz, desarrollando un papelazo para una de las películas en el top ten de la Época de Oro, recita en Enamorada a La Doña María Félix: “Por ver otra vez ese chamorro, me aguantaría hasta una cachetada”.
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Misma película donde, con todo el amor que el macho protagonista de la historia puede tener hacia una mujer, declama: “¿Qué clase de mujer hubiera sido usted? ¿una mujerzuela?” para después golpearla hasta tirarla al piso.
Como el título lo anuncia, con todo y todo, La Doña María Félix vive envuelta en un inquebrantable enamoramiento hacia este macho mexicano. Tan románticos momentos.
En el mismo largometraje de la Época de Oro se observa, en escena continua, a un hombre golpear en los glúteos con la palma de la mano a una mujer que caminaba por la calle, no sin antes decir para sus adentros: “Todos los males nos vienen por las viejas”.
¿Qué visión comunicó durante décadas el cine de la Época de oro? ¿A qué realidad correspondía y enaltecía? ¿Por qué se toma como inmaculado por muchos después de casi un siglo?
El machismo no es excepción en el cine de oro mexicano, sino que representa uno de los elementos más vistosos de su contenido. Las historias que se consagraron como las mejores del cine en la historia de México complacen a caprichos androcentristas de aquella época.
La nostalgia que acompaña al cine mexicano de mediados del siglo XX es tan cuestionable como intocable. Las emociones que evoca y los sentimientos a los que remite hace un poco más difícil percibir la cantidad de falacias que juegan con total naturalidad en la pantalla.
Lamentablemente, los discursos machistas y sexistas subsisten en este medio audiovisual; quizás ya no en forma, pero sí en esencia.
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El lapso temporal que nos separa entre época y época destaca las diferencias entre ambas, por lo que resulta más complicado identificar dichos discursos en un contexto sincrónico.
No obstante, a veces lo más difícil es lo más necesario. Los machos, tal vez, ya no usen sombrero y áspero mostacho, como en la Época de Oro. Tal vez, ahora los machos vistan de traje y corbata o de chanclas y bermudas.
Lo difícil no es identificarlos, sino identificarse a uno mismo. Aceptar las fallas propias, que no son pocas, por más exento que alguien se pueda creer.
Escuchar la lucha de las mujeres, que por algo están gritándole al mundo. Escuchar, razonar y empatizar, para luego aceptar: un paso importante para dar solución al problema, para no tener más machos, ni dentro ni fuera de la pantalla.
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